Ahora me he enterado de que este año, por primera vez en varios lustros, esa comitiva de ebrios irreverentes ha sido prohibida, porque lo que en aquellos años la componían diez o doce golfos de ocasión, ahora ya se había convertido en una jauría de varios miles de amigos de Lucifer, saltándose a la torera las más prudentes reglas de tacto y respeto, aunque, a decir verdad, aquel sangrante hijo de Dios nunca gozó de las más mínimas muestras de respeto.
Y aquel "juego" de broma sacrílega, a mí, que como he dicho, apenas contaba un lustro de vida, me ponía triste y hasta me hacía llorar, porque no entendía que nadie saliera en defensa del coronado de espinas, arrastrando una cruz que debería pesar, sin exageración, varios cientos de miles de kilos. Y yo no podía hacer nada, porque me habrían podido eliminar con un simple golpe del dedo meñique.
Ya sé que todo esto entraba dentro de una farsa teatral y permitida, pero mi tiernísima mente no alcanzaba a comprender y menos a justificar, la horrorosa mofa a que era sometido el hijo predilecto del Inventor de Todo. Luego yo le preguntaba a mi abuela que por qué no había un guardia que los metiera en la cárcel. Y se lo preguntaba a mi "güelita" porque ella era la mujer más buena que había nacido en este mundo.
Hace muchos años que no he vuelto por Cuenca durante estas sagradas fechas. Y ese yo que me permitía mentirme -y aún me lo permite- me dice que mi ciudad-Belén se pone intransitable ante la inundación de "visitantes" que acuden de todas las geografías. Pero tengo la vaga impresión que es una mala justificación que yo me busco para no ver el suplicio del que arrastra la cruz con la frente inundada de sangre y espinas. Y si he de ser sincero, yo no suelo padecer por las desgracias divinas, que todo me parece un cuento maravilloso. Pero, paradójicamente, sí que creo de verdad que es verdadera la angustia mortal de esas figuras de cartón.
Tampoco yo votaría por una definitiva supresión de las Turbas, pero sí me gustaría que se repongan lo más tarde posible. Yo apenas hablo con Dios, pero las pocas veces que lo hago, siempre encuentro un amigo que me escucha, que me aconseja, que me alienta, que me da fuerzas para seguir mi marcha por esta escalera que ya estoy bajando. Tal vez Dios no exista, pero sí existe el mío que, posiblemente, sea el verdadero y no haya otro. No me importa que soplen sus desafinadas trompetas y sus broncos tambores, pero no lo hagan sobre el de cartón, porque ése es de verdad.
Jose Luis Coll
No hay comentarios:
Publicar un comentario