LA ODISEA DE VIAJAR POR CASTILLA LA MANCHA
El pasado fin de semana viajé hasta la localidad conquense de Mira. Allí tenía que asistir a un acto sobre la Memoria Histórica que habían programado compañeros y compañeras de la localidad y que contó con la asistencia de personas de varias pueblos de la zona.
No tienen estas líneas el objetivo de narrar el acto, el cual, dicho sea de paso, estuvo rodeado de atención y cariño de los asistentes, así como de un interesante debate sobre los temas tratados (el trabajo en la recuperación de la Memoria colectiva de nuestro pueblo, de la República, el nefasto proyecto de ley que ha presentado el gobierno o la Memoria de los guerrilleros antifranquista de la Agrupación de Levante y Aragón que tuvieron su lucha en la zona). Tampoco tengo la intención de describir la belleza del paisaje de la Sierra de Mira, de sus gentes y de su acogida. El motivo de este artículo es el de intentar explicar (y explicarme) como podemos estar en pleno siglo XXI en esta situación de abandono en lo que respecta a las comunicaciones dentro de nuestra Comunidad Autónoma. El pensar en desplazarte a cualquier punto de nuestra geografía regional en otro medio que no sea el coche particular se convierte en una odisea de tintes penosos.
Quizás, para mejor ilustrar estas palabras, es mejor desglosar el viaje de ida y vuelta desde Talavera a Mira. El sábado antes de amanecer se inicia el desplazamiento a las cinco y cuarto de la mañana en un autobús de la empresa La Sepulvedana. Esta es la primera expedición que parte de la ciudad y no es un servicio directo a Madrid, por lo que nos hace una excursión con paradas en varias localidades hasta llegar, cerca de la siete, a la capital del reino. Total hora y tres cuartos de viaje. Desde el paseo de la Florida inicias el trayecto en metro desde Príncipe Pío hasta la plaza del Conde Casal donde tiene su domicilio la empresa Auto-Res que es la que da el servicio hasta Cuenca, segunda etapa del viaje. Allí sale a las ocho de la mañana el primer autobús que tras un viaje de dos horas y media (con paradas en varias localidades, Tarancón, Carrascosa del Campo, Alcázar del Rey, etc.) me deja en la estación de autobuses de la capital conquense. Desde allí en vehículo particular me dirijo a Mira, a donde llego alrededor del mediodía. Cerca de siete horas de viaje me dejan en la localidad que fue bautizada con el bello nombre de Sohamira, que al parecer significaba guarda o centinela.
Si pensé que el viaje de ida había sido trabajoso era por que no sabía lo que me esperaba en el de vuelta.
El domingo por la mañana, después de haber paseado por las inmediaciones del río Mira y de su ruta botánica, salí de la localidad con un compañero que me acercó a la localidad valenciana de Camporrobles, distante unos pocos de kilómetros, para coger el tren regional que conduce desde Valencia a Madrid, vía Cuenca. Con puntualidad, a las 14:16 horas llega el convoy al que subo como único viajero de esa estación. Pocos pasajeros van en sus vagones, se inician algunas conversaciones entre ellos, que si a donde va, que si de donde viene, etc. El tren siempre ha sido el medio de transporte colectivo más social, se conversa, se hacen amistades pasajeras, en definitiva es encantador el viaje. El trayecto discurre entre paisajes de gran inmensidad e intensidad, los grandes barrancos se quedan bajo las vías, y tiene en sus vistas uno de los aspectos que más me deprimen. Las estaciones abandonadas que jalonan el deambular férreo, estaciones que unían localidades y pueblos, que ahora, en un supuesto avance y progreso, duermen el sueño de tiempos mejores.
Como cumpliendo las más negras expectativas, el tren para en una estación para dejar paso a otro que viene en dirección contraria. Es una de las muestras del escaso o nulo interés de nuestros gobernantes por haber construido unas infraestructuras con doble vía. Después de varios minutos nos ponemos en marcha rumbo a Cuenca donde llegamos después de dos horas de viaje. En Cuenca otra interrupción del viaje de unos veinte minutos para arrancar camino a Madrid. Ya en la capital conquense se ve el aumento de viajeros que desemboca en un tren abarrotado (iba gente de pié) ya que en otras localidades como Huete, Tarancón o Sta. Cruz de la Zarza. Por fin el convoy llega a la estación de Atocha cerca de las 19 horas. Claro que el viaje no había acabado. Las interconexiones funcionan tan bien que desde Madrid a Talavera sólo hay un tren, este sale a las 20:50. Casi dos horas de espera y de nuevo viaje hasta la ciudad de la cerámica con llegada a las 22:30. Por fin, después, de más de ocho horas de viaje llego al hogar, dulce hogar.
De todo esto podemos deducir que las tan cacareadas comunicaciones en nuestra Comunidad Autónoma se desmontan al comprobar la imposibilidad de comunicarse dentro de ella por medios de transporte colectivo, apoyando de manera indudable el transporte por carretera y en coche particular. Este transporte ha demostrado ser menos seguro, más contaminante y provocador de los gases de efecto invernadero, etc. y por el contrario, el ferrocarril es un medio más económico, social y vertebrador. Vertebrador si se aplican políticas ferroviarias coherentes que, entre otras cosas, tienen que estar integradas en la ciudad. Trenes con velocidades adecuadas a las necesidades de la mayoría de la población y no en infraestructuras de grandes presupuestos donde da la impresión que a mayor inversión más dineros “se pierden” en comisiones y otras zarandajas.
En definitiva que todas las capitales de provincia y ciudades más importantes por su número de habitantes estén comunicadas por ferrocarril, ya que según pintan las políticas que se pretenden aplicar, tendremos (seguiremos teniendo) como centro de Castilla La Mancha, a Madrid. Podremos desplazarnos a Lisboa o París, pero no comunicar Toledo con Talavera, o Cuenca con Ciudad Real.
Emilio Sales Almazán
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